El tiempo es el único retablo familiar, último punto de referencia.
Incluso tu sombra cae sesgadamente aquí, imitándote de manera extraña,
¿Ó eres realmente encorvada y escapas a toda prisa o por la banqueta?
¿Cuándo te volviste tan pequeña?
Es fácil volverse nostálgico. Es algo fácil.
Claramente el tiempo no es un paisaje para construir un hogar.
Tu amado, en cuya querida ciudad tú ahora moras,
está de acuerdo en que uno de ustedes tiene una ventaja.
¿Pero cuál de los dos?
Le haces recordar a tu amado que “morar” proviene del antiguo Castellano,
significando así el “descarriar”, “deambular” le señalas, retorciendo tus llaves entre tus dedos.
Entonces permanece. “Di que permaneces aquí” sugiere tu amado,
recordando demasiado tarde,
que permanecer también significa soportar, tolerar, cargar.
¿Son acaso todas estas palabras para ‘quedarse quieto’ tan problemáticas?
Ambos se asientan en ‘residir’,
libre de interpretaciones erróneas,
balanceando sus piernas sobre el balcón
que tiene vista al parque
a donde a veces van solos, los dos,
para alimentar los pajarillos negros
que te hacen recordar tu hogar de la infancia.
Ni tú ni tu amado sugieren que clamas el vivir aquí.
Secretamente piensas que aquí moras,
te estás enredando,
te estás desenredando
y lo opuesto de lo opuesto
Sólo tu sombra vive aquí,
conservando aún todo lo que siempre ha tenido.
Por que tu cuerpo es su techo.
Porque eres su hogar.
Su hogar sin hogar